2023. Mis discos favoritos



1- BC Camplight. The Last Rotation Of Earth.

Cuando Brian Chirtinzo se trasladó de Filadelfia a Manchester no solo encontró una forma distinta de hablar el inglés. También, una tradición musical con más diferencias de la americana de lo que había pensado. Y eso se nota en las canciones que componen el sexto disco de su proyecto.

En todas ellas hay referencias, progresiones de notas, pedazos de melodía que forman parte de todo esa música inglesa que dominó el mundo. Y que él, gran compositor, sabe hilvanar para que funcionen. Es, el disco, un repaso a diferentes géneros, rico en cambios de estilo y giros musicales. 

Y todo al servicio de lo que, tal vez, más le importa. Su vida, sus desgracias, el final de una larga relación, el temor a una enfermedad, a la desestructuración mental.

Por eso es un disco, sobre todo, de concepto, de autor. El libreto y las partituras para un teatro musical imaginario.


2- Blonde Redhead. Sit Down For Dinner.

Diez años llevaba sin grabar un disco juntos. Viven en Nueva York pero la cantante Kazu Makino nació en Kioto y los gemelos Pace, en Milan. Y ese mestizaje, casi solo posible en la ciudad de los rascacielos, se nota. Hay algo de vieja sabiduría en su manera de hacer música. Por eso no son un grupo de dream pop, ni de shoegaze, ni indie. Aunque son todas esas cosas. Excelentes compositores. Músicos con suficiencia y la voz de Kazu volando a terrenos metatmosféricos.

Dicen que será su último disco. Yo no me lo creo.


3- Sufjan Stevens. Javelin.

Definitivamente, Stevens se ha convertido en el trovador de estas primeras décadas del siglo XXI. Heredero de Donovan, Neil Young (al que homenajea) o Paul Simon. Como ellos, está abierto a la búsqueda y experimentación, pero mantiene un estilo muy reconocible.

Javelin no llega a la maestría de Carrie & Powell, mi favorito, pero es un trabajo magnífico. No le valen etiquetas tipo folk, rock, pop… Stevens está ya en otra liga en la que no se le puede etiquetar, porque él mismo ya es una etiqueta.

Diez grandes canciones en poco más de cuarenta minutos. Medidas de vinilo. Temas cocinados casi exclusivamente con sus solas manos. Como la mayoría de sus discos.

Canciones pausadas, barrocas, pero que suenan muy acústicas y limpias. 

Canciones que cuestionan sobre la propia existencia, el amor, lo inmaterial. Narradas con la fuerza que le dio la rehabilitación tras un Guillan-Barré que le envió a la silla de ruedas.


4- James Ellis Ford. The Hum.

Igual el nombre no dice mucho, pero si miran los créditos de los últimos discos de Depeche Mode, verán que JEF es el productor. También ha colaborado con gente como Arctic Monkeys, Foals, Florence and the Machine, Gorillaz…

Si solo me dejan una palabra para etiquetar el disco, debería escoger la de metarock. Claramente, porque va más allá del rock.

Un disco completísimo, denso, generoso. A ratos recuerda a las canciones con las que los Pink Floyd acomañaban sus suites de antes del Dark Side. En otros momentos, a aquel techno de los primeros ochenta (OMD). Todo adornado con pinceladas  psicodélicas de sabor mediterraneo. 

Y, para mi alegría, deja espacio a un puñado de baladas pop deliciosas y sofisticadas , como hace tiempo que no disfrutaba.


5- Deathcrash. Less.

Interesantísimo disco de los británicos. Su segundo trabajo se mueve entre el rock tranquilo de los Low primerizos y los crescendos propios del postrock. 

Todo muy bien servido para que no nos cueste digerirlo y, ciertamente, consigue atrapar en los primeros compases. Es su gran virtud, pero podría ser un defecto. Especialmente para los amantes de sorpresas y giros de guión.

A tener muy en cuenta y esperar el -temido- tercer disco.


6- Indigo de Souza. All of This Will End.

25 años. Su tercer disco. El de la consagración, dicen. Que consigue.

Todo él transmite energia y vitalidad. No deja de ser el rockopop americano de toda la vida. Carolina del Norte está presente. Los bares con letreros de Budweisser están ahí. Pero muy puesto al día. Detalles electrónicos incluidos.

La canciones recurren a todas las trampas sonoras con las que los americanos blancos han conquistado el mundo. Porque la fórmula, bien renovada, tiene cuerda para rato.

Y eso parece saberlo De Souza, a pesar de ser hija de brasileño. Sigue en el universo indie. Pero en una época en la que ya no existen casi fronteras, en nada podríamos verla en alguna de las grandes entregas de premios.

Para regalar y quedar bien con –casi– todo el mundo


7- 100 gecs.10,000 gecs.

Frente un mundo que cada vez se hace más angustioso, en el que cada día nos despertamos con un desastre natural, una matanza y un montón de abusos entre sapiens, apetece escuchar discos como este.

Ritmos dulces, melodías rompedoras.

(Casi) Todos los estilos triturados por la mezcladora electrónica.

Gracias por existir Dylan y Laura.


8- Yo La tengo. This Stupid World.

Siempre hacen lo que les da la gana. Y, generalmente, lo hacen bien y se les reconoce. 

A lo tonto, llevan cuarenta años de carrera. Podrían ser dinosaurios que se arrastran de sus glorias pretéritas. Pero no es el caso.

Menos noise que el anterior, pero suficientemente ruidoso, combina esas guitarras férreas con entrañables melodías que remiten al folclore indie del que son referentes.

Siguen haciendo ruta.


9- Califone. Villagers.

En más de 20 años de carrera este es el 17º disco de la banda liderada por el polifacético Tim Rutill.

Este trabajo, como era de esperar, apunta más allá del rock. Incluso de su variante más indie. No disimula en sus guiños al jazz (Eyelash), al clasicismo sombrío de salón (Comedy) o al underground de finales de los sesenta (Skunkish).

Pero no hay que buscar una macedonia de estilos en la que conviven entre si sin mezclarse. En todo caso, si se me permite el símil culinario, estaríamos más cerca de una minestrone. 

Canciones que invitan a la escucha. Envueltas en sonidos experimentales y progresivos a medio cocer. Uno de los mejores discos de una de las bandas con menos complejos de este primer cuarto de siglo.


10- Bruiser and Bicycle. Holy Red Wagon.

Mucho hay en el segundo trabajo de los de Albany. Su propuesta es barroca, compleja y densa. Aunque entra sin necesidad de usar un calzador. Tal vez por las voces en falsete que ligan melódicamente toda la salsa instrumental.

Temas largos, el más corto supera los cinco minutos. Algunos críticos hablan de freak folk y tal vez sea eso. Pero creo que si los ponemos dentro del rock psicodélico nos será más fácil hacernos una idea.

Las canciones son impredecibles. Transcurren entre curvas y bifurcaciones. Pero suenan redondas, bien trabajadas. Completas.

Un disco para disfrutar. Una banda a seguir.


Y la “torna”: The Lost Days.In the Store.

10 canciones en 14 minutos. Lo bueno si breve dos veces bueno. Una pequeña obra de arte del pop independiente. Todo dicho.

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Renaldo & Clara. Boca aigua. (2023)

Susana