aiguadeplanxa

El disco del día. La mayoría de los medios vienen con la review. ¿Y que esperar de los escoceses, tras 30 años de carrera?  En mi opinión, si eres fan de gustará mucho. La madurez es un punto.  Si te gustan, sin más, pues más de lo mismo. Otro disco. Como me incluyo en este subgrupo, tal vez ya me siento un poco cansado de su folk pop. Pero es una simple apreciación. Si nunca les escuchaste, es una buena entrada.  Ya direis.

 El músico de Collbató representa el tópico que se atribuye a los millenials. De crecimiento lento, se plantan en la cuarentena con los bolsillos llenos de canicas, un skate bajo el brazo y unas cuantas parejas mal cerradas. Y, entonces, todo son prisas. Se ponen a tener hijos, a tomarse en serio el trabajo y comerse el mundo.  De eso va un poco el disco. Amores que no funcionan del todo bien y días que pasan sin demasiadas estridencias. Y, ahí, la música es tan imbatiblemente entrañable y amable que, a los boomers, nos quita algunos años de encima. 

Octavo disco del canadiense. Mantiene ese estilo difícil de clasificar entre el pop ruidoso y la electrónica psicodélica. No será el disco del año, pero es de aquellos trabajos en los que aparecen sorpresas y ayudan a educar nuestros oídos melómanos.

Gustará a muchos y aburrirá a otros tantos. Bebe directamente del los Beatles más psicodélicos y picotea en el pop más asequible. Pero los tipos son músicos enormes. Roqueros y punkeros abstenerse.

  Esta claro que este inicio de la década va de fusiones. A falta de hilar un género rompedor y novedoso, es bueno refrescar ritmos conocidos y apropiarse de ellos desde una óptica muy distinta.  El problema, a veces, es saber quien fue primero y cual vampiriza. En este disco quiero pensar que a partir de una actitud punk emerge el ritmo pegadizo y sabroso del ska. Suena raro. Pero no lo es. Soy yo, que me explico mal.  Probadlo.

Si apetece desengrasar y dejarse llevar sin demasiadas complicaciones, este es el disco. Unas pocas canciones deliciosas y perfectas. Pop sin florituras electrónicas. Primerizo. Melodías que hacemos nuestras. La banda sonora de la felicidad. ¿Que más se puede pedir? Si apetece desengrasar y dejarse llevar sin demasiadas complicaciones, este es el disco. Unas pocas canciones deliciosas y perfectas. Pop sin florituras electrónicas. Primerizo. Melodías que hacemos nuestras. La banda sonora de la felicidad. ¿Que más se puede pedir?

Un disco tremendamente sencillo. Una linea poderosa de bajo que guía el ritmo. La guitarra que se pasea con inusitada libertad. Una voz que recita más que canta sobre las sombras de la vida. Hijos de Sonic Youth y nietos de la Velvet. Una escucha para el bajo, otra para la guitarra y un para seguir las letras. Y a partir de ahí, tal vez por su aparente sencillez, podemos quedar atrapados en un álbum de largo recorrido.

¡Esto es rock progresivo! Es cierto. Parece que hayamos viajado a los años 70 del pasado siglo. Desarrollos complejos, con cambios de ritmo (siempre tranquilo) sobre una melodía que remite a paisajes campestres. Evocación a un tiempo que ya no es.   Virtuosismo: esa magistra guitarra, presente en todos los meandros del album. Algo de jazz. Claro.  Uno de los músicos jóvenes más interesantes y en buena progresión.

No es rock. No es electrónica. No es música étnica. Tampoco folk. Ni soul. Ni blues. Finalmente solo puede ser jazz. Pero tampoco lo es. Uno de los discos más sorprendentemente atractivos de estos últimos meses. Colaboración transgeneracional. Big band de ritmo implacable. Indefinible. Naturalmente.

Puedo entender el concepto. Y en una primera vuelta me llamó la atención. Unir pedazos para formar un tema con una cierta homogeneidad. Nunca doy la espalda a propuestas arriesgadas, pero cuando miras más de tres veces el reloj en una segunda escucha, es que algo falla. O falta. Creo que imaginación. Y, de ahí, creatividad. O no lo supe pillar, que también es posible.

  213-Midle Kids.  Today We're the Greatest Pop inspirado a la australiana. Lo que, hace años ya, es una garantía. Canciones que transmiten ganas de vivir, interpretadas sin sorpresas y lideradas por la bien modulada voz  de Hanna Joy. Melodia y estribillo. Nada nuevo bajo el sol. Pero que no falte.

Pues a los amigos les ha quedado un disquito la mar de resultón. Sin hacer demasiado ruido demuestran que están en ese grupito selecto de bandas que unen sus cualidades compositivas e interpretativas para entrar por el corazón y quedarse en el alma.

Tercer trabajo de la banda de la norteamericana Jilian Medford. Crónica de una ruptura sentimental, traumática y destructiva. Como la mayoría que alumbran las canciones. Por ello, el pop suena roto. Con melodía y estribillo, pero rasgado por guitarras cuyos acordes rudos solo dejan ver, muy levemente, las flores de electrónica limpia que anuncian, timidamente, que otra vida es posible. Me ha gustado. No entra fácil, pero tiene sabor y recorrido.