Squid. Cowards
Hace un par de años, en la reseña sobre O Monolit, el anterior trabajo de Squid, escribía: “su música no supone un salto al vació desde el punk, sino una progresión de todo aquello que ha aportado el género”. Como si quisieran confirmar mis impresiones, Cowards supone ir un paso más allá. El punk, aunque pueda formar parte de su huella genética, ya queda bastante lejos. Como otras bandas y músicos (New Country, Black Road, Geordy Grepp y muchísimo antes, Brainiac) , los de Brighton se adentran en el rock de cámara, culto, complejo y que invita a la audición pausada y reflexiva. No abundan los ritmos ni las melodías sencillas en este disco. Eso no significa que no haya contundencia. Las baquetas que maneja el cantante se encargan de ello cuando es necesario. Sigue siendo rock.
Una parte importante del sonido característico de la banda se debe al trompeta capaz de recrear una atmósfera inquietante. Y las voces, que a veces asustan. Ajustadas para transmitir la idea que se entreve en los textos, plagados de tinieblas y entornos fantasmagóricos, deshumanizados.
Squid no hacen canciones, no invitan a la pista de baile. Olvídense de los estribillos Tampoco se pueden escuchar solo un par de veces. No se prestan a ese juego. Con cada audición aparecen detalles que ayudan a comprender el conjunto. Que asombran por la originalidad.
La primera vez que leí sobre rock progresivo el autor invitaba a ir más allá de la triada roquera de acordes I, IV,V. A partir de ahí se debía avanzar. Ha llovido mucho desde entonces y parecía que ya estaba todo hecho. Pero grupos como Squid demuestran que no es así. Y que hay mucho “post” por descubrir.
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